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EL GRAN AUSENTE: VIDAL ECHEVERRÍA



El único surrealista puro que ha dado este país se llama Vidal Echeverría. Vive en Galapa, tiene cuarenta y ocho años y doce hijos. Una especie de Jacob del surrealismo. Cuando Vidal Echeverría llegó a Bogotá todavía se declamaban, con chocolate al fondo, los sonetos a la bandera colombiana de don José Joaquín Ortiz y se colgaban, en el más respetuoso lugar de los salones santafereños, los óleos de Gómez Campuzano. 

Vidal, para acabar con todo eso, se metió a surrealista. Para el caso importaba un bledo que a esta escuela la hubieran fusilado en Europa. Aquí no había llegado y eso era lo importante. 

Vidal se inventó para su uso personal y exclusivo un epistolario con Jean Cocteau. Usaba, por aquel entonces, vestidos de colores matemáticos, auriculares en la solapa, melena griega y uñas de malabarista chino y tenía su leyenda: su plato preferido eran cuerdas de violín en aceite Singer y trocitos de vidrio nadando en alcanfor. De tarde en tarde, y para cebar una cana al aire con sus iniciados, bebía, lenta y sibaríticamente sangre de niño recién nacido en un sombrero de papel dorado. 

Vidal vivió, durante diez años bogotanos, biológica y cerebralmente convencido de que él era el surrealismo. ¡Escribió un libro de poemas –Guitarras que suenan al revés — y hermano treinta cuadros en una exposición. Algunos títulos de esos cuadros: [Diván en trance de visita, Indigestión del mar, Escafandra para asistir a mi elegía, Umbilical samotraciente sofoclisado Mocrodio con Oclidio y musas difusas para un violinista bávaro, Tendón sin pie y Paisaje de bicicletas y reptiles para diluir en los ojos de una doncella. El maestro Valencia asistió a la exposición con el único y exclusivo objeto de que se le pusieran los pelos de punta. Pero el maestro sabía hacer las cosas: se limitó a felicitarlo. Vidal se mandó extraer los dientes —con el tiempo le han retoñado– para usar las cajas del doctor Arganil. Diariamente regaba con gasolina una rosa de pétalos de vidrio y tallo de acero. Jaime Tello sostiene con inquietante seriedad, que la planta se mareó en su poder por falta de riego. “Cuestiones del racionamiento de la gasolina”, se justifica Tello.


Vidal Echeverría lanzó un manifiesto público. De su contenido destacamos los siguientes apartes: «las paralelas se unen en un punto de la razón. Todo triángulo lo remata en once círculos sostenidos por un cuadrado hipotético. Las manos y el cerebro tienen su centro motor en el tobillo derecho. El hombre es un todo compacto de nada y de cero. El infinito es, apenas, el comienzo del número. El agua es lo único sólido y la tierra empieza a serlo verdaderamente cuando se convierte en aire. Por lo demás, nuestra verdadera geografía está en los espejos”. Un día, para indagar el temple de sus reacciones le mostraron un loco masticando cucarachas. “Demasiado normal” fue su lacónico comentario. Vidal Echeverría se definió a sí mismo con estas palabras: “Yo soy un paraguas y un teléfono, lo demás es mi obligo”. Sostenía que todo hombre —para alcanzar un auténtico clima de normalidad surrealista— tenía que ser esquizofrénico. El más bello espectáculo de la creación, se complacía en repetir a sus amigos, son estas tres cosas reunidas: un huevo podrido y un zapato roto sobre la calavera de un perro vivo y un niño orinando sobre un libro de contabilidad. 

Después —ante la desilusión de quienes empezaban a creer, sinceramente, que el surrealismo podía ser capitalizado electoralmente— Vidal Echeverría se fue para Barranquilla. Allí, antes de renunciar a su sacerdocio alcanzó a oficiar por última vez en una conferencia: “Africanización púrpurea de los sesos de Venus”. Al final de esa exposición, aclarando previamente que se tomaban la sangre de España en nombre de todos los paranoicos del mundo, apuró, hasta las heces, un gigantesco vaso de sangre de toro. Germán Vargas asegura que se trataba de anilina. Alfonso Fuenmayor, que sabe mucho de esas cosas, sostiene que Vidal fue hecho por él mismo, y Gabriel García Márquez, vidalista tapado, asegura que, como surrealista, Vidal Echeverría es hijo de un canguro y una máquina de escribir. Como se puede apreciar muy claramente, las opiniones se encuentran divididas.


Rojas Herazo, H. El gran ausente Vidal Echavarría (1952). En: Telón de fondo. Tomado de: El Heraldo, 2013. 

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