Escuchar tiene sus ventajas, especialmente cuando se trata de polémicas. A unos cuantos días de removida la escultura “Mi primer amor” ubicada en un espacio público de la ciudad, surgen preguntas como ¿Qué pasa con el entendimiento de las artes y la gestión cultural en Sincelejo? ¿Por qué se anulan los debates públicos para el establecimiento de consensos entre actores locales? ¿A dónde se dirige la formación ciudadana y el futuro cultural, a veces poco prometedor, del municipio?
El reciente hecho probablemente dé paso a releer los tiempos y el horizonte de sentido que se dibuja culturalmente para la capital sucreña. Siguiendo las palabras de Marc Augé en Mascarell (2010) “lo que preocupa de la ciudad que viene es cultural”, cabe preguntarse: ¿Qué le espera a un Sincelejo sin proyecto cultural pactado en su imaginario? ¿Se configurará irremediablemente la ciudad como un no-lugar, un espacio sin memoria compartida, sin identidad?
Los mínimos esfuerzos institucionales demostrados en los últimos años por escalar a debates y consideraciones teóricas sobre política cultural; educación patrimonial; civismo; espacio público, urbanidad y ciudadanía, entre otros temas importantes para la constitución de sujetos, quedan en evidencia ante las apresuradas acciones de quienes desgobiernan.
En este caso, la pieza de arte ha cumplido su función transgresora y desafiante, revelando quiénes somos ante ciertos constructos de historia y reductos de realidad que nos llevan a tomar posición. Podríamos decir que la obra sirvió para continuar corriendo los velos de ignorancia, moralismo y sumisión que nos avergüenza reconocer.
Por cierto, a unos cuántos meses de expuesta por el marco oficial la cuestión de la "Sincelejanidad", la pregunta ¿Qué significa ser sincelejano? articularía los ejes para una conversación infinita sobre nuestra condición. Intentar responder desde lo ontológico, supondría tal vez un freno a los despotismos del feudo que habitamos o un llamado para hacer conciencia de la historia, las luchas por el poder y el dominio de las jerarquías en la arena de las manifestaciones culturales.
Surgen preguntas que refieren el vínculo entre patrimonio y ciudad, entre estas: ¿Por qué la escultura del indio, ubicado en la avenida Argelia, sigue estando sin placa y, por tanto, sin contexto? ¿Por qué la flor de Bonche fue apropiada como baño público? ¿Por qué aún se exalta la figura del colonizador como héroe en el corazón de la ciudad?
El encuentro no siempre armónico entre culturas y generaciones seguirá siendo un fructífero espacio de tensión para delimitar el curso de lo que seremos y los escenarios que nos construirán. Suprimirlo a causa del miedo, clausurar este movimiento siempre prometedor, olvidarnos de su urgencia en el tratamiento público, nos seguirá presentando como un pueblo sin pasado, sin presente, sin futuro.
Nota escrita por: Dayan Alfredo Tuirán Berbel.
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