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LA ALDEA, PEDAZO DE UNIVERSO


SOBRE POESÍA A LA CALLE, EVENTUALIDAD EN LA COTIDIANIDAD SINCELEJANA
 
 
“Poesía para el pobre, poesía como el pan de cada día"    Gabriel Celaya
 
 

-El viernes 16 de junio del 2017, en la ciudad de Sincelejo, se entregaron 200 volantes y se pegaron 100 afiches[G1] .
-¿Qué contenían tales entregas?
-Poesía.

Los rostros cansados de los trabajadores, las mujeres que sentadas esperan el sustento de su día, los que limpian zapatos agachándose como si la vida fuese una plegaria; los que transitan por una aldea que se siente como pueblo y que a pesar de los ruidos de carros y motos, de las numerosas voces que ofrecen productos diciendo al mismo tiempo ¡A la orden!, escucharon versos como: “la nostalgia es vivir sin recordar/ de qué palabra fuimos inventados”[1] o “El artificio que miras no es la vida/ni la palabra que nombras lo perpetuo/hay una fuente de donde vienen todos los colores/el amor y la muerte”[2]. Fue el arma para defender la vida en medio de un pedazo más, de la tarde calurosa que abrazaba ese fragmento del monte mariano.

Sincelejo, tierra bondadosa y difícil, caos extraño que le duele al que regresa, porque lo ha visto de lejos, porque añoró las calles de casas frescas con pisos fríos y techo de palmas, esas que penumbrosas se iluminan cuando aparece el crepúsculo azul, justo cuando el reloj marca las seis y el minutero el último punto.

Para no morirse, esos que añoraron y extrañaron la aldea, se salvan con poesía; creen en la humanidad que la habita. Por ello irrumpieron con versos la tarde del día dieciséis, hablándole de cerca a los que vemos como periferia, esos que han sido nombrados como otredad, ignorando que son el análogado, la inmediata proximidad: ese que padece la intemperie para no llorar angustias cuando no haya comida, quien practica el rebusque porque no hay más opción, quien vende su cuerpo para no aguantar hambre, quien arregla daños para reparar lo que tuvo y  no tuvo intención, quien vende los libros que nunca ha leído.
 
Asimismo, esos que regresan, en este tiempo y desde hace mucho, consideran que la ciudad debe hablar más allá de sí misma, debe mostrar lo que de pensamiento, arte y palabra ha parido el territorio que la contiene. Quienes sienten el arraigo hacia la antigua tierra del cacique Since, y que lideraron la hazaña de entregar doscientos (200) poemas a transeúntes y habitantes, y pegar cien (100) afiches, encima de estructuras olvidadas, para que en medio del tránsito, la cotidianidad se convierta en menos dolorosa y rutinaria. Los que emprendieron la acción ciudadana de “Poesía a la Calle”, pensaron en poetas pluriversales, sin importar que fuesen del universo o de la aldea.
 
Escuchar. Don integral del humano que leyó poesía esa tarde, mientras los ojos de muchos se convertían en vidrio pidiendo que leyeran poemas porque él no sabía leer. El Logos frente a la escucha, la lectura de un pueblo en el que el oprimido es porque se le considera como analfabeta, pero a quien no se educa porque el discurso del derecho humano no lo cobija, porque no es ciudadano, ni tiene propiedades, clase o educación… porque es un desplazado por la violencia, un pobre del sur o del norte, pero en fin, pobre… ese al que le duelen los hombros porque carga en su génesis con el destierro, el silenciamiento y la invisibilización…

El habitante del lugar de siempre, tuvo esa tarde un día distinto, inusual. Así como el que pedía más poemas porque se “convertirían en su compañía”, o quien preguntaba sí con poemas se cambiaría el mundo… 200 habitantes sincelejanos se detuvieron, recibieron con sus manos y oídos, poesía. Otros por curiosidad se acercaban y sorprendidos preguntaban qué eran esos afiches, la respuesta: ¡Poesía! Algunos, extrañados y sorprendidos, miraban a quien le daba vida a las paredes, pegando sobre postes de energía eléctrica, canastas de basura, muros y bancas, versos de poetas de aquí, de allá y de todos los lados -como diría Cortázar-.

Nuevamente esta tarde, cuando la humanidad en masa ignora la llegada del crepúsculo neutro de las seis en punto, en una lejana casa, en una posible memoria o criptomnesia, resisten a la lluvia, al sol, a la indiferencia, a los rasguños, al tiempo y al olvido, Emily Dickinson, César Vallejo, Raúl Gómez Jattin, Héctor Rojas Herazo, Giovanni Quessep, Eva Verbel y Marea, Ricardo Vergara Chávez, Fredy Chikangana, Margarita Vélez, Jhon Junieles y otras existencias que también defendieron el soñar, quienes creyeron en la poesía como un arma cargada de futuro, como mencionó Celaya, pero no un futuro temporal sino como escenario donde se mira a quien permanece alejado, al futuro que es hoy y empieza con valorar al que no cree en su valor y que desde la poesía es visibilizado y aprehendido.
 
En la distancia y en la proximidad habita la humanidad. Alcemos nuestras manos empuñadas y pidamos poesía como el aire que exigimos trece veces por minuto[3]. Para el pueblo, para el pobre, para el invisibilizado y oprimido: ¡poesía!.

 
 
 
 
[1] Versos del poema Mientras cae el otoño, 1993. Giovanni Quessep
 
[2] Versos del poema Signos de Ricardo Vergara Chávez.
 
[3] Versos de la canción La poesía es un arma cargada de futuro, 1989, de Gabriel Celaya.
Fotografías: Poesía a la Calle; Colectivo Perincú, 2017.
 


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