En el sur nadie se pregunta por qué huele tan mal; por qué a todos nos rascan los ojos y nos pica la nariz. En el sur, pocos fueron los que asistieron a la celebración del 20 de julio en el centro de la ciudad… también, pocos saben que la lluvia que les impidió llegar a los desfiles ocasiona la creciente de los arroyos contaminados y que el relleno sanitario se desborda, ocasionando con ello la contaminación del agua, del aire, de la dignidad y de la misma vida… ¿qué hacen los habitantes del sur al respecto? Encender el televisor, ver los desfiles militares, escuchar o putear al presidente, celebrar los partidos de fútbol.
Otra vez el aire que no cesa de ser asqueroso… ¿quién puede purificar las partículas gaseosas que merecemos respirar? Es necesario censurar la injusticia más allá de considerar si pertenece a un relativismo ético. Es justo censurar a quienes se roban los medios para que la basura sea mejor tratada, y así podamos respirar oxígeno y no monóxido o metano.
En esta aldea, el basurero fue invadido por la necesidad de una vivienda como derecho fundamental; hoy 20 de julio, cuando proclamaban en el centro de la urbe el orgullo nacional por la “independencia” del territorio, hace más de doscientos años, la periferia respira putrefacción. Mientras que ese centro adornado y desfilado yace solitario, penumbroso y apagado, ahora, justo en la hora en que el oprimido se cobija en medio de desechos revueltos como átomos en la atmósfera de nuestra ultrajada provincia.
Justificar escribir también es hacer justicia. Justicia con quien escribe porque sabe que respira contaminación. Justicia por aquél que pregunta por la calidad del aire y como respuesta, obtiene la narración de la barbarie, que la administración municipal considera como tradición popular. Justicia, porque quien escribe reclamando es también perseguido cuando las puertas que toca le fueron vetadas desde que empezó a soñarlas. Justicia porque no es justo celebrar un nacionalismo, utilizando una licuadora como soporte estatal y tapar con símbolos patrios (escudos, banderas e himnos) la vida que destroza la afilada cuchilla, esa que se invisibiliza cada año, cuando sin nombre desaparecen los inicialmente violentados hermanos de la vasta América, los consecuentes hermanos desterrados de la cercana África, y los históricamente maltratados hermanos campesinos, desplazados y empobrecidos que ahora componen esa periferia que circunda en el basurero, invadiendo los cerros del sur y del norte porque no supieron donde más habitar.
Vergüenza debe sentir quien ha robado la calidad del aire a un pueblo que necesita respirar. Justicia claman, inconscientemente, los que no entienden el orgullo de sentirse Colombiano porque habitan tierras sin dueño, porque los acusan de invasores, cuando la vastedad del territorio está en las manos de unos pocos que también se pueden contar con los dedos de sus mismas manos. ¿Qué celebran los que no pueden comer?, ¿Cómo es sentirse parte de una patria que niega, catalogando en estado de miseria, al que todavía tiene esperanzas? ¿Qué nacionalismo tricolor portan los que no tienen acceso al conocimiento y ni siquiera entienden los porqués de los desfiles militares sobre las calles, las izadas de banderas en los establecimientos educativos y la presentación en televisión del principal gobernante del orgullo patrio, desde hace años, todos los veintes de julio, los siete de agosto y los doce de octubre?, ¿Qué celebran los que no tienen voz porque la basura inundó su aire y es mejor no hablar porque su aliento no es considerado como ciudadano o ser social?
Los que escriben y denuncian la mala calidad del aire en la ciudad de Sincelejo habitan en la periferia. Por ello, porque es incómodo este respirar a unos cuantos metros del relleno sanitario, justamente hoy, 20 de julio, día de la independencia, día en el que el centro celebra un nacionalismo de cortina y de humo, y los pobres del sur sufren el infierno de respirar siempre que llueve y la basura deja de ser de la tierra y se apodera de la vida contaminando el aire.
Por ser del caribe, ribereños del Sinú o del San Jorge, cercano al mar Caribe, de descendencia africana e indígena, los habitantes de este “sur” sobreviven cantando. Aparentemente ignorando el aire que les fastidia en sus narices, pero que es molesto porque chistan, estornudan y sus fosas rascadas empiezan a tomar el color rojizo y enfermo que muestran sus ojos. No celebro el 20 de julio porque ha sido un derecho que se inventaron los que dicen llamarse poderosos, los mismos que ignoran que en este lado del país la gente respira contaminación, basura, laguna de oxidación y relleno sanitario. No celebro porque soy voz para mis vecinos del Sur, que prefieren dormir encerrados antes que observar la estrellada noche, como lo hacían antes, cuando disfrutaban de respirar un aire digno y justo. No celebro porque siento molestia en mis ojos y fastidios en mi nariz. No celebro ningún nacionalismo porque hasta los perros ladran y quien se ha adueñado de las manos presiona con fuerza los botones de la licuadora, tapando con los símbolos patrios la ignorada barbarie.