Desde que conocí a Leonora Carrington la Libertad adquirió su forma como un híbrido entre mujer y caballo. Esa imagen aparece desde entonces bien definida en mi mente. Hace parte de mi propia mitología, del inventario de seres y dioses que me influyen en todo. Sus pinturas, escritos, esculturas y vida me han recordado mi ser libre, desenterrando de mi subconsciente esa posibilidad que por razones culturales, históricas, familiares y materiales se ha reducido con los años.
La determinación con la que asume la vida es un rasgo que se deja ver en los relatos de su biografía. Desde la infancia, a pesar del entorno familiar normativo reinado por un padre rígido que creía poder trazar el destino de Leonora, planteó el mundo propio que habitaría desde entonces: uno sin reglas, onírico, expansivo. Sabía que con la imaginación podía tener las experiencias que quisiera, vivir entre sidhes[i], galopar con los caballos, ser canción o personaje de una pintura; reclamaba su derecho a la invención y no veía diferencia entre sus creaciones y aquello señalado como lo real.
También lo cuestionaba todo. ¿Acaso es posible pretender ser libres sin cuestionar los valores de la sociedad y sus instituciones en tanto construcciones humanas y de características totalizantes? Leonora no acogía la imaginación como escape sino que a través de ella desafiaba las verdades mientras enriquecía y ensanchaba los horizontes de su experiencia. Siempre estuvo presente y atenta al mundo; sin ingenuidades, fue plenamente consciente de la opulencia burguesa de su contexto familiar y rompió sus lazos con este; nunca toleró la opresión de los hombres sobre las mujeres y se negó a ser musa mientras luchaba por la equidad. En una entrevista[ii] insiste en que le pregunten sobre la liberación de la mujer; ella no quería ofrecer datos del lugar donde creció, su relación con Max Ernst[iii] y los surrealistas o los motivos de su pintura, esa resistencia a la mistificación de su vida la volcaba a increpar sobre lo realmente importante: la situación humana, su búsqueda de libertad.
Leonora Carrington decía que el Surrealismo es un estado del espíritu[iv], no una construcción ideológica ni una categoría artística, por eso es que la vida alucinada de todos los que proclamaban el surrealismo parece más aventura onírica que experiencia de esta realidad. En medio del agitado mundo que les tocó vivir, entre guerras mundiales y totalitarismos, otros valores tenían que ser rescatados para la alquimia de una posibilidad distinta. En el caso de Leonora, la imaginación era exaltada en su potencia y fertilidad; la magia y los oráculos; la mitología; la mística; la psicología freudiana constituyeron algunos de los tópicos que componían el marco subjetivo de sus creaciones. No deja de asombrarme la manera en que transmutó sus experiencias, algunas tan terribles como el delirio o la guerra, en pintura, escultura y literatura.
Imposible encansillarla, en vida demostró rechazo a cualquier pretensión por parte de la crítica y la prensa en definirla. Tal vez por eso su apatía hacia las entrevistas y la rudeza con que las respondía. Le molestaban las ligerezas, sabía de la complejidad de la existencia y que había un “subterráneo infinito” que configura lo que somos como individuo y como sociedad. Este conocimiento profundo también la lleva a la reprobación de la condición humana: “Si tuviera que ponerle un título a su vida, ¿cuál sería? —Entre el aburrimiento y la vergüenza de pertenecer a un animal tan salvaje como el ser humano, ese sería el título.”[v]
En su vejez, el misterio de la muerte la acechaba. Por carecer de explicación mira con ahínco hacia sus adentros, pero en ese detenido ensimismamiento, lo otro empieza a olvidarse, un síntoma más del paso de los años. La escritora Elena Poniatowska fue amiga cercana de la artista, su novela biográfica “Leonora” es un retrato impresionante, reconstrucción de la historia real con elementos literarios que refuerzan lo que de por sí fue una vida excepcional. En las últimas páginas, la voz de Leonora expresa su angustia: “¿Cómo puede uno reconciliarse con lo desconocido? Nada sabemos de la muerte, a pesar de que todos mueren: animales, vegetales, minerales, TODO MUERE —grita Leonora— ¿Cómo puedes hacer las paces con algo de lo que no sabes nada?, ¿mirar a la muerte? No me gustaría morir de ninguna manera, pero si me sucede que sea a los 500 años y por evaporación lenta” (p. 493).
Leonora galopando, transfigurada, entre caballos y elefantes, en un campo nocturno y estrellado, es la imagen de su fuerza interna, sus convicciones y su naturaleza: es el ser libre. Continúa siendo vida, ahora, como símbolo de Libertad.
[i] Seres de la mitología celta.
[ii] http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/8911/espejo/89espejo.html
[iii] Artista alemán, una de las grandes figuras del dadaísmo y del surrealismo.
[iv] https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Diario/06_11_11_08.html
[v] “Ya no existen surrealistas”, Conversaciones Con Leonora Carrington. Por Octavio Avendaño