“Al azar agradezco tres dones:
Haber nacido mujer, de clase baja y nación oprimida,
Y el turbio azur de ser tres veces rebelde”
María Mercé Marcal
“Ojalá te mueras de la pena”, así me dijo aquél hombre canoso, por equivocadamente sentarme en el puesto que ocupaba. Tal hecho ocurrió en la sede de la Biblioteca Luis Ángel Arango de Sincelejo. Ese hombre, de apariencia intelectual, no pensó siquiera que los espacios vacíos se componen de ausencias, y que éstas, sin un referente anterior para un desconocido, es inexistente. Aquél que ocupó un espacio, al abandonarlo, no hace parte físicamente de él.
Ese mismo hombre, hace semanas también se ofuscó porque alguien ocupó el espacio vacío que éste dejó en la sala de lectura de la biblioteca, pero no alardeó ni se quejó, más bien se sentó en otro sitio. El invasor, en esa ocasión era un hombre. A mí, quizá, por ser mujer me correspondió el deseo de muerte. Mi ensañado pensamiento no es por ese hombre (aunque averiguase después, de tal acontecimiento oprobioso, que los libros que quité del aparente puesto desocupado eran de caricatura infantil) sino porque el sentimiento de vulnerabilidad inició cuando escuché a padre maldecir, mientras transcurría la noticia de los índices de feminicidio, justo ese mismo día a la hora del almuerzo. “En lo que va del año, en nuestro país van 630 mujeres asesinadas…” un escalofrío me recorrió, dejándome la sensación de estar desprotegida al verme detrás de la figura fuerte de padre.
Al negarme a mirar las escenas de violencia y fanatismo en la televisión, decidí bañarme para irme a la biblioteca. Quise vestirme y adornarme con colores que reflejaran mi feminidad. Me sentí valiosa porque construyo mi condición de mujer desde el pensamiento, la disciplina, el arte y la belleza. Sin embargo, al salir de mi habitación, vestida de forma distinta, madre me miró extrañada porque llevaba pantalones cortos; mis tíos se sintieron halagados por la imagen que veían, y de hermana segunda, recibí miradas oprobiosas con un pequeño gesto de envidia.
Al salir de casa fue peor, me sentía segura, pero al escuchar frases y presenciar miradas morbosas me sentí desprotegida. Me silbaban como si no sintiera, escuchara o pensara. ¿Todo esto lo merece una mujer por mostrarse? ¿No hay libertad para ser en una sociedad machista, donde aún la mujer, como dice mi madre, se “debe dedicar al hogar” y aquella que lee, piensa, critica y actúa, sin dejar de ser mujer, es señalada, ofendida y maltratada?
Ahora cuestiono la lucha del feminismo ¿por qué ha sido ejecutado desde la base diferencial de la igualdad, si las mujeres somos distintas? Lo evidencia que hemos sido en la civilización occidental, históricamente el primer sujeto oprimido. Referenciadas como una ramificación del hombre, una parte de ellos, nacer de su costado, o ser las culpables del pecado original.
¿Por qué hoy, cuando me siento mujer nadie me reconoce? ¿Estoy ocupando un lugar equivocado? ¿El pensamiento y la belleza no es permitido para un ser como la mujer o sigue imperando el monismo de Parménides, dos mil y tantos años después?
Justamente hoy repensaba mi existencia. En el sentir diverso y extraño que casi nadie entiende, en la no ordinariez y simple acontecer que no prefiero. En el trato de la vida y del tiempo que llevan mis tías, mi madre y mis hermanas. En el tiempo que necesito para escribir y escribirme. En la sensibilidad que hace dolerme al ver un anciano trabajar cuando no puede siquiera caminar y la fortaleza al no llorar después de estar indefensa ante un pobre hombre, que con su fuerza natural pudo hacerme daño, pero ante mi no sumisión prefirió insultarme, retirarse y alardear… no pudo hacer más, no se lo permití, sin embargo, cuando salí de las paredes de la sede de esa gran biblioteca que está en mi provincia, fui nuevamente objeto de vista, morbo, envidia y reprobación.
¡Cuánta condena en ser mujer y pensar! Pensar en ser mujer siéndolo, desde la base de la feminidad y no de la igualdad con la masculinidad. Cuánta condena en ser mujer desde una difícil construcción diaria en medio de una cultura social machista, sexista y violenta. Cuánta vulnerabilidad al ser libres y decidir mostrarnos como somos, en ocupar los espacios del intelecto porque “para ello no fuimos concebidas”. Cuánta condena en ser mujer y existir en el esquema de la totalidad, en el que somos el “No Ser”, por la simple condición de nacer mujer.